Casi un año después del último partido en el Central, el autor recrea el escenario de sus días de ‘rugbier’ y evoca el aroma de un juego ya perdido, pero que marcó para siempre su vida
Leo que en febrero, si el virus lo permite -ojalá-, se celebrará en Madrid un gran torneo internacional de rugby a siete. El Central (o Estadio Nacional Complutense), se convertirá durante una semana en el centro del universo rugbístico. Todos los ojos estarán puestos en el que fue mi patio de recreo durante muchos años.
Se me amontonan los recuerdos y me ataca la nostalgia. En este coqueto campo de rugby rodeado de chopos y abetos, en plena ciudad universitaria, empecé a entrenar, vi mis primeros partidos y también jugué alguno. Aquí me hice rugbier. Aquí también vi, en febrero del año pasado, el último partido con público en las gradas al que he asistido, poco antes de que nos encerraran a todos. Esta crónica, escrita durante el confinamiento posterior, es un canto del cisne en más de un sentido.